El sonido del truño
Generalmente me quejo de que las buenas películas tarden siglos en llegar a España o directamente ni las estrenen (la lista de filmes que llevo esperando desde 2003 así lo corrobora :$). Pero, por una vez, el estreno mundial de una película se produce nada menos que en nuestro país... Por supuesto, este extraño suceso lo justifica el hecho de que seguramente el producto haya sido rechazado por las distribuidoras del resto del planeta.
Hablo de El sonido del trueno, una película de aventuras y viajes en el tiempo basada en una novela de Ray Bradbury (de sus obras parten películas míticas como Fahrenheit 451). Por desgracia Bradbury, que aún está vivo, habrá tenido que presenciar la 'cosa' que se ha creado a partir de sus textos.
A decir verdad, y esto no sé si es fallo de Bradbury, pero en todo caso debió de ser claramente revisado, la película cuenta con un desastroso error de guión, puesto que mezcla dos teorías temporales y juega con ellas de forma totalmente ilógica.
Si viajáramos en el tiempo podría pasar dos cosas: que retrocediéramos al pasado en nuestra realidad, y por tanto cualquier cambio afectara al futuro (que es lo que sucede, por ejemplo, en 12 Monos), o bien que al viajar en el tiempo llegáramos a un universo paralelo, de manera que cualquier cosa que modificáramos comprometería el futuro, pero sólo el de ese universo (y no del de partida).
Pues bien, en El sonido del trueno se mezclan ambas teorías desastrosamente. En el año 2055 se puede viajar en el tiempo, y un magnate sin escrúpulos (Ben Kingsley) se aprovecha de ello para hacer negocio organizando safaris temporales que permiten a ejecutivos con mucha pasta sentir la experiencia de cazar a un dinosaurio.

Para evitar que matar a un animal del pasado pueda originar cambios en el futuro (en la película lo razonan mil veces por si te pierdes :$) el grupo de cazadores sólo mata a su presa un instante antes de que ésta fuera a morir de forma natural.
El problema parte de que todo esto no importaría, dado que la cacería se repite siempre con el mismo bicho: un allosaurio que vivió hace 60 millones de años (o sea, 5 millones después de que se extinguieran los dinosaurios y apenas 84 millones después de que acabara el jurásico, época en la que vivían). Y dado que el viaje temporal siempre retrocede al mismo punto, para matar al mismo animal, pero sin toparse con los visitantes de viajes anteriores, se entiende que el salto se realiza a pasados alternativos.
Por tanto, modificar algo de aquella realidad no habría afectado al futuro de la nuestra, como se pretende cuando en uno de los safaris un visitante mata sin querer a una mariposa. Al margen de esto queda ya el hecho de que, para colmo, un espectacular volcán hace explosión minutos después de la cacería, con lo cual matar o no al bicho en cuestión importaba aún menos, puesto que la nube de ceniza ardiente acabaría con toda la vida del entorno de todas formas.
La cosa se lía más cuando se explica que para evitar sufrir las consecuencias de un cambio en el pasado (que, encima, se producen de la manera más estúpida que se podría imaginar) el asesor científico de las misiones (Edward Burns) debe viajar a aquél momento y evitar que se mate a la mariposa. Algo lógico, si no fuera porque hasta entonces los viajes al pasado se realizaban a realidades paralelas sin encontrarse a los viajeros de excursiones anteriores.
Pero bueno, tras comentar lo incoherente del relato y los tremendos gazapos con las criaturas que vivían por aquél entonces (algo que sea achacable a Bradbury o no, debía haberse subsanado en el screenplay), hay que hacer mención a lo que es el punto débil de la película: los efectos digitales.
El sonido del trueno contó con un presupuesto de 80 millones de dólares, de los cuales en el departamento de CGI seguramente no vieron ni un par de céntimos. Aunque la película se rodó en 2002 (y desde entonces nadie la había estrenado), y por tanto los efectos contaran con el lastre de haber sido creados hace tres años, lo cierto es que la película cuenta seguramente con los peores efectos especiales generados por ordenador que haya visto en el cine.
Desde el principio uno ya se asusta cuando ve que el allosaurio parece hecho de plástico, y sus movimientos dan pena; pero en cuanto los personajes salen a la calle en el 2055 vemos como el fluido tráfico rodante recreado digitalmente produce el mayor de los bochornos; algo que quizá el director no percibió (sería ciego o quizá se arrancara los ojos) puesto que los coches de marras aparecen al menos media docena de veces en diferentes escenas.
Pero todavía hay cosas que cantan más. Cuando los personajes caminan por las calles (siempre junto al omnipresente tráfico digital) la velocidad a la que se desplaza el entorno, y la desconexión total con él, no puede sino hacerte ver la pantalla verde sobre la que fueron filmados los protagonistas. No es posible olvidar tampoco una escena en la que el suelo se resquebraja como una construcción de Lego, y abre así un boquete en el suelo que da lugar a un completo vacío negro. O las hormigas que de pronto invaden el piso de una científica, que también están patéticamente hechas digitalmente (¡si hasta en 1954 en Cuando ruge la marabunta no hubo problemas con esto!).
Pero a pesar de la pena que da todo ello, el momento cumbre se lo lleva la inundación de un túnel del metro (que no el vagón posterior) con agua recreada por ordenador, que sin lugar a dudas habría quedado más realista directamente con papel de celofán azul.
Todo ello lo completan personajes que parece que se vayan dando la vez en sus diálogos, y una banda sonora en la línea de los trailers de películas de Bruckheimer.
En definitiva, nos han ofrecido un producto que no había llegado antes a otros países, y ha colado. Hemos abierto la veda. Y lo peor que podría pasar es que acabaran recuperando los 80 millones invertidos.
Hablo de El sonido del trueno, una película de aventuras y viajes en el tiempo basada en una novela de Ray Bradbury (de sus obras parten películas míticas como Fahrenheit 451). Por desgracia Bradbury, que aún está vivo, habrá tenido que presenciar la 'cosa' que se ha creado a partir de sus textos.
A decir verdad, y esto no sé si es fallo de Bradbury, pero en todo caso debió de ser claramente revisado, la película cuenta con un desastroso error de guión, puesto que mezcla dos teorías temporales y juega con ellas de forma totalmente ilógica.
Si viajáramos en el tiempo podría pasar dos cosas: que retrocediéramos al pasado en nuestra realidad, y por tanto cualquier cambio afectara al futuro (que es lo que sucede, por ejemplo, en 12 Monos), o bien que al viajar en el tiempo llegáramos a un universo paralelo, de manera que cualquier cosa que modificáramos comprometería el futuro, pero sólo el de ese universo (y no del de partida).
Pues bien, en El sonido del trueno se mezclan ambas teorías desastrosamente. En el año 2055 se puede viajar en el tiempo, y un magnate sin escrúpulos (Ben Kingsley) se aprovecha de ello para hacer negocio organizando safaris temporales que permiten a ejecutivos con mucha pasta sentir la experiencia de cazar a un dinosaurio.

Para evitar que matar a un animal del pasado pueda originar cambios en el futuro (en la película lo razonan mil veces por si te pierdes :$) el grupo de cazadores sólo mata a su presa un instante antes de que ésta fuera a morir de forma natural.
El problema parte de que todo esto no importaría, dado que la cacería se repite siempre con el mismo bicho: un allosaurio que vivió hace 60 millones de años (o sea, 5 millones después de que se extinguieran los dinosaurios y apenas 84 millones después de que acabara el jurásico, época en la que vivían). Y dado que el viaje temporal siempre retrocede al mismo punto, para matar al mismo animal, pero sin toparse con los visitantes de viajes anteriores, se entiende que el salto se realiza a pasados alternativos.
Por tanto, modificar algo de aquella realidad no habría afectado al futuro de la nuestra, como se pretende cuando en uno de los safaris un visitante mata sin querer a una mariposa. Al margen de esto queda ya el hecho de que, para colmo, un espectacular volcán hace explosión minutos después de la cacería, con lo cual matar o no al bicho en cuestión importaba aún menos, puesto que la nube de ceniza ardiente acabaría con toda la vida del entorno de todas formas.
La cosa se lía más cuando se explica que para evitar sufrir las consecuencias de un cambio en el pasado (que, encima, se producen de la manera más estúpida que se podría imaginar) el asesor científico de las misiones (Edward Burns) debe viajar a aquél momento y evitar que se mate a la mariposa. Algo lógico, si no fuera porque hasta entonces los viajes al pasado se realizaban a realidades paralelas sin encontrarse a los viajeros de excursiones anteriores.
Pero bueno, tras comentar lo incoherente del relato y los tremendos gazapos con las criaturas que vivían por aquél entonces (algo que sea achacable a Bradbury o no, debía haberse subsanado en el screenplay), hay que hacer mención a lo que es el punto débil de la película: los efectos digitales.
El sonido del trueno contó con un presupuesto de 80 millones de dólares, de los cuales en el departamento de CGI seguramente no vieron ni un par de céntimos. Aunque la película se rodó en 2002 (y desde entonces nadie la había estrenado), y por tanto los efectos contaran con el lastre de haber sido creados hace tres años, lo cierto es que la película cuenta seguramente con los peores efectos especiales generados por ordenador que haya visto en el cine.
Desde el principio uno ya se asusta cuando ve que el allosaurio parece hecho de plástico, y sus movimientos dan pena; pero en cuanto los personajes salen a la calle en el 2055 vemos como el fluido tráfico rodante recreado digitalmente produce el mayor de los bochornos; algo que quizá el director no percibió (sería ciego o quizá se arrancara los ojos) puesto que los coches de marras aparecen al menos media docena de veces en diferentes escenas.
Pero todavía hay cosas que cantan más. Cuando los personajes caminan por las calles (siempre junto al omnipresente tráfico digital) la velocidad a la que se desplaza el entorno, y la desconexión total con él, no puede sino hacerte ver la pantalla verde sobre la que fueron filmados los protagonistas. No es posible olvidar tampoco una escena en la que el suelo se resquebraja como una construcción de Lego, y abre así un boquete en el suelo que da lugar a un completo vacío negro. O las hormigas que de pronto invaden el piso de una científica, que también están patéticamente hechas digitalmente (¡si hasta en 1954 en Cuando ruge la marabunta no hubo problemas con esto!).
Pero a pesar de la pena que da todo ello, el momento cumbre se lo lleva la inundación de un túnel del metro (que no el vagón posterior) con agua recreada por ordenador, que sin lugar a dudas habría quedado más realista directamente con papel de celofán azul.
Todo ello lo completan personajes que parece que se vayan dando la vez en sus diálogos, y una banda sonora en la línea de los trailers de películas de Bruckheimer.
En definitiva, nos han ofrecido un producto que no había llegado antes a otros países, y ha colado. Hemos abierto la veda. Y lo peor que podría pasar es que acabaran recuperando los 80 millones invertidos.
Etiquetas: cine, qué desastre