King Kong

Después de varios años enfrascado en la dirección, producción y promoción de la trilogía de El Señor de los Anillos, Peter Jackson regresaba hoy a la gran pantalla con otra gran superproducción: su propio remake de King Kong, filme que, al parecer, llevaba años deseando realizar.

King Kong se muestra en la nueva versión más humano que nunca, encandilado de una preciosa Naomi Watts. Porque la historia de Kong no es otra cosa que una historia de amor imposible, la Bella y la Bestia; y esto es algo que Jackson ha logrado transmitir con acierto. La King Kong de 2005 aporta, como la versión de 1933, esa visión pesimista del hombre como máquina de destrucción y avaricia, frente a un animal que defiende a su amada y muere por ella.

Pero Jackson ha potenciado además otros aspectos de la trama original, en especial la aventura en Skull Island (ojo, no la de Monkey Island 3). Tribus indígenas que entran en trance ofreciendo una víctima al Rey Kong, dinosaurios y criaturas extrañas... un auténtico Mundo Perdido, un paraje ignoto en el que unos cineastas se adentran para rodar una película.

Cabe destacar que, por curioso que parezca, la gente encuentra precisamente en la aparición de dinosaurios y demás fauna extinta, su elemento de ataque al filme, argumentando que no encaja en absoluto.

Para empezar, a mí me parece que el hecho de que en Skull Island haya reptiles gigantes e insectos ultravitaminados entra en la lógica interna del relato, siendo precisamente la estrella en ese Mundo Perdido el simio que protagoniza el filme. Los griegos lo denominaban kata to eikos (tiene verosimilitud dentro del contexto interno, que no tiene por qué serlo fuera de él). Pero además, hay que recordar que el filme original ya mostraba dinosaurios y otras criaturas, por lo que la crítica es aún más infundada.

A pesar de la gran diferencia de metraje (100 minutos entonces, frente a 187 ahora) Jackson deja claro que ha rodado un remake, no como Tim Burton cuando rodó El Planeta de los Simios, totalmente distinta de la original. De hecho, Peter Jackson ha recreado varias escenas hasta en los más pequeños detalles, como cuando King Kong derrota al tiranosaurio (habiendo claros guiños en la forma en la que le destroza la mandíbula al bicho y posteriormente comprueba que está muerto).

La violencia (pero sin excederse en la sangre) se mantiene en esta entrega, en la que gratamente sorprenden escenas que uno creía desterradas de Hollywood (por políticamente incorrectas), como aquellas en las que King Kong va capturando jovencitas rubias por las calles de Nueva York y lanzándolas al suelo cuando comprueba que no son su amada Ann Darrow.

A destacar las fantásticas escenas en el Empire State Building, la mirada final de King Kong a su Ann Darrow, y el color del filme, que nos retrotrae perfectamente a los años 30. Pincha sin embargo la música, que en ciertos momentos no se acompla en absoluto a la acción (o a la ausencia de ella).

En general la película de 2005 se desenvuelve bastante mejor en su segunda mitad, con la aventura en la isla y todo el fragmento de Nueva York (unidos con una perfecta elipsis), siendo quizá el tramo inicial el que resulta excesivamente largo, superficial y con menos interés. En cualquier caso, un buen trabajo de Peter Jackson que demuestra que los remakes, a veces, merecen la pena.